Quienes trabajamos en ámbitos sostenidos por el Estado, que hemos visto con satisfacción muchas de las medidas que este gobierno ha tomado a favor de la educación pública, hemos quedado desconcertados por la decisión del gobierno. Un gobierno que viene apoyando a los organismos que lideran la investigación en nuestra disciplina como Agencia y Conicet y las propias universidades públicas. Lo que nos deja perplejos es que el gobierno ignora la producción historiográfica de las últimas décadas, vislumbrando una escena que era real en la época de los revisionistas que reaccionaron contra la entonces historia oficial en 1930.
No creo que el papel de la historia sea -para usar una expresión de Tulio Halperin Donghi, el historiador contra el que más explícitamente se definió el Director del nuevo Instituto-, hacer "una expedición punitiva" contra el pasado. La idea de juzgar a los hombres según su contribución a un proyecto definido de antemano como el único legítimo y nacional, no sólo lleva a un anacronismo, el de leer el resultado de las acciones de los hombres según una posición determinada en el presente, sino que coloca a toda otra lectura historiográfica fuera de la nación, lo que es lo mismo que decir que no puede haber diversas lecturas del pasado dentro de la nación.
Hablar de héroes y demonios y trazar un único relato nacional, popular, sacrifica toda la complejidad de la historia y por lo mismo lo convierte en un relato mucho más fácil de divulgar.
Un gobierno tiene el derecho quizás a favorecer una determinada lectura del pasado, pero, ¿tiene el derecho de imponerla? ¿ Será una referencia para los contenidos curriculares de las escuelas? ¿Para los libros de texto? ¿Tendrá el instituto su propia carrera de investigadores?¿ Habrá que plegarse a la lectura nacional popular para tener una beca?¿ Cómo queda constituida la comunidad de historiadores frente a este centro oficial? La historiografía argentina ha logrado, en un proceso de "profesionalización" que se abrió con el retorno democrático, superar dos siglos de antagonismos irreductibles, consensuando la rigurosidad metodológica, la apertura a nuevos temas, la revisión de viejas lecturas y un diálogo tolerante, no perfecto, pero al menos un diálogo que permite la diversidad y el crecimiento.